
Ayer mismo nos llegaba la noticia de que un juez estadounidense, al servicio del Nuevo Orden Mundial, había
rechazado la derogación de las bodas gays, aprobada en referéndum en el estado de
California.
De poco ha servido que
el pueblo californiano rechazase mayoritariamente esa pantomima e insulto a todas las religiones existentes que es el "matrimonio" homosexual. Poco importa, por lo visto, la voluntad del pueblo en un país que hace alarde de democracia.
La excusa que ofrece el susodicho juez es que dicha prohibición
"atenta contra la igualdad" que protege la
Constitución de los Estados Unidos. La sentencia ahora se recurrirá ante el Tribunal Supremo (que es el que dirime en dicha nación todas las cuestiones constitucionales, no como en España, en donde hemos creado un tribunal específico para las mismas, aparte del Tribunal Supremo, con la finalidad de colocar a más y más vividores del Estado). Se tendrán que modificar seguramente las constituciones de cada uno de los estados que, a través de democráticos referendos, habían aprobado ya dicha prohibición. Las constituciones de los diversos estados que componen los estados Unidos son, pues, equivalentes a los estatutos de autonomía de España.
De aceptarse este argumento de "atentar contra la igualdad", podría llegarse en un futuro a absurdos como los
matrimonios múltiples (es decir, un hombre con varias mujeres, una mujer con varios hombres, el líder de una secta con sus fieles o un grupo de personas entre sí), los
matrimonios con niños, los
matrimonios con animales (por cierto, existentes en algunas regiones de la India) e incluso los
matrimonios con objetos, porque atentarían a la igualdad a la que tendrían derecho, respectivamente, los grupos, los menores, los animales y hasta los objetos... Parece imposible lo que digo, pero... ¿cuál es el límite? ¿Acaso no está permitida la poligamia en algunas culturas desde hace milenios?
Pero este artículo no va dirigido hacia esa "nueva" idea que el denominado
"Nuevo Orden Mundial" intenta
introducir a marchas forzadas en nuestro mundo.
Como todos sabemos, el Nuevo Orden Mundial es un proceso esencialmente
diabólico, en el sentido etimológico de la palabra
"diabólico" (
diablo <
gr. diabolos = 'el que separa', frente al término
Iglesia <
gr. ecclesia = 'unión').
El matrimonio homosexual es, pues, uno de esos procesos etimológicamente "diabólicos", destinados a sembrar la
desunión, la
desintegración, es decir, la disolución de la moral tradicional. Otros
procesos diabólicos (= separadores) de nuestros tiempos son también la promoción de los divorcios (separación de las familias y, especialmente, separación del padre con sus hijos), del aborto (separación del niño con su madre) y, en algunos países especialmente estúpidos -como España y Yugoslavia-, la separación en regiones autónomas que conlleven la disolución de los Estados.
En fin, un progresivo
proceso desintegrador casi a nivel molecular.
La excusa de este Nuevo Orden para mantener los mencionados
procesos diabólicos es la "dificultad" de la prohibición de los mismos ante la
Constitución de turno de cada país.
Las constituciones catalogadas hoy como "democráticas y avanzadas" protegen todas las nuevas ideas que se les vayan ocurriendo a los nuevos payasos del dominio mundial, por absurdas que sean. Por eso, todo intento de oposición a las mismas es vano.
Asimismo, estas "leyes de leyes", estas constituciones tremendamente protectoras con lo inaudito, están diseñadas para que sean
difícilmente modificables.
Pongamos el ejemplo de
España:
En nuestra Patria, para modificar la Constitución en sus aspectos más esenciales, habría que hacer lo siguiente:
1º.- Convocar un referéndum en el que ganase dicha propuesta de modificación.
2º.- El Parlamento debería, después, aprobar la misma.
3º.- A continuación, el mismo Parlamento, debería aprobar la disolución de las Cortes.
4º.- Tras las elecciones generales, el nuevo Parlamento constituido, debería aprobar de nuevo la modificación propuesta.
Una vez hecho esto, dicha modificación podría incorporarse a la Constitución.
Como verán, con un sistema tan complicado y costoso, en el que, además, el Gobierno de turno se arriesga a perder el poder al tener que convocar unas nuevas elecciones, es harto imposible que, en España, se plantee cualquier modificación sobre
la ultraprotegida Monarquía, sobre la abolición de las sangrantes y disgregadoras
comunidades autónomas, sobre la incorporación de la
pena de muerte para los terroristas o la
cadena perpetua, o la mera
prohibición explícita de matrimonios absurdos o de prácticas asesinas como el
aborto.
La Constitución encorseta todo tipo de legislación, aunque ésta se derivara de la voluntad popular, y, a la vez, protege todo lo nuevo, todo lo raro, todo lo que ponga patas arriba el orden establecido. Esto ocurre en España, pero en muchos otros países es similar.
Las constituciones son las más fieles protectoras del Nuevo Orden Mundial.
El concepto de
"Constitución", en principio, puede resultar bastante lógico: es una "ley de leyes" que "ordena" todo el aparato legislativo inferior. Pero, a la vez que estructura de forma
piramidal toda la legalidad, la
encorseta y hace difícil cualquier cambio que la voluntad popular desee realizar sobre dicha superestructura.
Se puede vivir sin Constitución, como lo hacían todos los países antes de la denominada Revolución Francesa, o como hoy en día lo hace el Reino Unido de la Gran Bretaña, una nación a la que, desde luego, no podremos acusar de antidemocrática.
El concepto de "Constitución" es creado por la
Ilustración masónica durante la susodicha Revolución Francesa y el nacimiento de los Estados Unidos (el "Estado masónico por excelencia", cuyos "padres de la Constitución" pertenecían en su casi totalidad a la citada "organización discreta").
Con el nacimiento de las primeras Constituciones arranca la que los historiadores denominan
Edad Contemporánea. Desde entonces hasta ahora, no hay Estado que se precie de demócrata que no tenga su propia Constitución -es decir, su propio encorsetamiento-, salvo la excepción de la Gran Bretaña que, como todos sabemos, es el país de las excepciones.
La primera Constitución que se publicó en España fue la
Constitución de 1812 que, tanto los
liberales como los
marxistas (ambos ramas derivadas de la antigua Masonería) reivindican hoy en día. Como curiosidad, baste decir que, en dicha Constitución, se establecía la jornada laboral de
35 horas semanales, a años luz de las 40 horas semanales (y subiendo) que en este triste país hemos conseguido tras años de lucha.
La Revolución Francesa, las revoluciones constitucionales en general de finales del
XVIII fueron un producto de la
burguesía: es decir, de un grupo de ricos que querían sustituir en el poder al grupo anteriormente dominante, la aristocracia. Sustituir el poder del dinero por el poder de la sangre. Pero siempre
el poder de una minoría, puesto que, como todos sabemos, el dinero lo tienen pocos, igual que una estirpe ilustre.
Una minoría expulsó a otra para hacerse con el poder.
Al principio el sufragio era
censitario, es decir, sólo podían votar las clases burguesas privilegiadas. Muchos años después, las clases populares obtuvieron el derecho al voto, pero el mundo ya se había conformado a imagen y semejanza de la burguesía, de los mercaderes, del dinero, en definitiva.
El poder del dinero empezó a mover los hilos del mundo -hasta ahora- y conceptos como "grandeza de tu patria", "fuerza", "honor" y "gloria" quedaron totalmente sepultados ante las nuevas normas de los nuevos dominadores.
Nace igualmente el concepto de
"Estado", que viene a sustituir a los tradicionales de "Reino", "Imperio" o "Patria". Ya no tienes una Patria: perteneces a un Estado. Y "Estado" es un concepto administrativo mucho más fácil de disolver, de dividir, de desintegrar que el de Patria.
El Nuevo Orden Mundial no ha comenzado ahora: ya comenzó en el momento en que se implantaron las primeras constituciones y se imprimió el reverso del
Gran Sello de los Estados Unidos, que ya reza estas palabras:
"Novus Ordo Seclorum", con su pirámide masónica-illuminati incluida.
El Nuevo Orden Mundial no ha comenzado ahora, pues, querido lector, aunque, en los últimos años, se está haciendo notar especialmente, porque a estos discretos nuevos señores del mundo parece haberles entrado algo de prisa. Y será esa misma prisa la que acabe con él, pues ya se ha hecho notar mucho.
